viernes, 28 de marzo de 2008

Dramatología de una
una ley que encontró su(s) cuerpo(s).
En nombre del padre
Mirta Alejandra Antonelli
Universidad Nacional de Córdoba Argentina
mantonel@ffyh.unc.edu.ar

“(...) si la excepción es el dispositivo original a través del cual el derecho se refiere a la vida y la incluye dentro de sí por medio de la propia suspensión, entonces una teoría del estado de excepción es condición preliminar para definir la relación que liga y al mismo tiempo abandona lo viviente en manos del derecho.”
Giorgio Agamben, Estado de excepción
“El orden laico, dirá Lengendre, erige como custodios de la sociedad civil al Estado, amo de toda policía (policía en el sentido de los juristas, de poder de policía, de poder reglamentario) y al Padre de Familia, amo de otro absolutismo. Así, esta nueva modalidad asumida por el Poder –operador de legitimidad-, tanto en la familia como en el Estado, responde a una misma trama, a una misma lógica.”
Enrique Kozicki, Hamlet, el padre y la ley
“Esperanza y miedo son las pasiones que someten a otro absolutamente, en cuerpo y alma; en un sentido estrictamente político, es una promesa de seguridad los que les da origen y eficacia como instrumentos de obediencia.”
Diego Tatián, La cautela del salvaje. Pasiones y politica en Spinoza.

Introducción
Las postales de la Argentina del último lustro cristalizan las escenas de “la sociedad civil indisciplinada”, en sus distintas prácticas de dislocación del Estado y de la política como campo: los piqueteros y sus cortes del flujo de rutas o calles, los H.I.J.O.S y sus escraches, los asambleístas y los caceroleros de la renuncia del presidente de la Rúa (diciembre 2001, enero 2002), entre las más condensadoras de los
procesos, prácticas y representaciones que vinculan performance y política en/de la Argentina. Quizás por especulares miradas, la contigüidad del deseo migrante de las resistencias sutura esta iconografía a manera de un álbum a preservar.
Mi trabajo, en cambio, intentará rodear críticamente una dramatología que escenifica un paradigmático acontecimiento. Me referiré al “caso Blumberg”, a partir del cual intentaré demostrar cómo la performatividad de la “sociedad civil” y la “participación ciudadana” encarna un proceso de regresividad de derechos, tanto por la violencia institucional que autoriza como por la retracción de la ciudadanía civil y social que consagran; juridifican las diferencias de clase socio-económicas y operan un particular proceso de “giulianización” de las políticas de seguridad en la post-hegemonía neoliberal de los 90 en Argentina (Pegoraro; 2002: 32-33).
El reclamo e interpelación al Estado por seguridad, como derecho irrenunciable y como bien público, no puede considerarse en sí mismo un reclamo conservador, aun si no se suscribe a una antropología spinozista. Pero, tal como lo sostienen quienes asumen una posición crítica y garantista del derecho, el reclamo no puede resolverse, a nivel de políticas públicas, como reacción a un caso particular y/o como respuesta dirigida a las demandas y motivaciones de sectores socio-económicos específicos (CELS, 2004 a y b; Pegoraro; 2002: 29-30).
En tal sentido, el caso que analizo alimenta al “Leviatán” de Hobbes, al Estado policía, como sede de la violencia legítima, articulado a un componente de clase cuya performance, además, instaura en adelante las condiciones para estigmatizar y criminalizar los rituales ciudadanos de la democracia; es decir, traza la divisoria de una nueva decencia y un nuevo decoro en los cuerpos y prácticas en el espacio público.
Quisiera proponer que el caso Blumberg en Argentina, invirtiendo la teatrocracia (Balandier; 1999) en su espectacularidad y performatividad, invierte el lugar autorizante del “estado de excepción” (Agamben; 2005), en el sentido de que la “sociedad civil” como constructo es aquí la que decreta la suspensión del derecho, su puesta entre paréntesis bajo el argumento de defender al mismo derecho que suspende, dislocando las instituciones del Estado democrático mismo.
Me interesa, sobre todo, abordar la particular puesta en escena del principio estético de la normatividad, es decir, el carácter espectacular o dramático inherente a la construcción de legitimidad para fundar una nueva legalidad, en este caso, referida a la seguridad pública.
Mi argumento es que el caso en cuestión dramatiza, espectaculariza como acontecimiento ese umbral en el que la “sociedad civil” pone cuerpo al y actúa el proceso de sustracción al Estado de su legitimidad para instituir la ley, es decir, la legalidad, mediante rituales y liturgias que, en nombre del derecho a la seguridad, consolidan cofradías del miedo. Trataré de mostrar cómo en el archivo disponible del discurso social y de los reservorios de memoria colectiva de la democracia argentina, el lazo social que sustenta esta dramatización pone en registro simbólico una particular ciudadanía de las pasiones en general, y una ciudadanía del miedo en particular (Rotker: 2000), bajo el imperio de los sentimientos1.
Analizaré el caso sólo considerando fragmentos significativos de su enunciación y visibilidad en el discurso público, en el marco de la tele-tecno-cultura mediática como condición histórica y tecnológica de posibilidad (Derrida) o, en términos de una historia material de los signos, en el marco de la videosfera (Debray: 2002). Respecto a esta última condición, Debray afirma que se estaría en el umbral de pasaje del predominio de la escritura, como régimen semiótico dominante –la grafosfera-, a la videosfera, en tanto régimen predominantemente indicial, de contacto, bajo el imperio de la imagen y sus políticas. En tal sentido, y en relación a mi interés en mostrar la ciudadanía de las pasiones, sostengo que el dispositivo mediático, en su construcción dramatológica de las prácticas, coadyuva a una sociedad de la emoción que empodera al Leviatán hobbesiano.
El caso que devendría acontecimiento
El 17 de marzo de 2004, los medios nacionales argentinos informan el secuestro extorsivo de Axel Blumberg, joven de 23 años, hijo de un ingeniero textil de Buenos Aires. La crónica reporta que el secuestro se había producido en momentos en que Axel,
1 .- La problemática referida es objeto de nuestra investigación actual y articula dos proyectos “Cultura mediática, pasiones y política(s). El `lazo social´en la construcción de actualidad (Argentina, post-estallido 2001)” y “La ley de Seguridad Pública de la Provincia de Córdoba. Construcción de legitimidad e institución de legalidad”, ambos radicados en el Centro de Investigaciones Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba (UNC). El primero de ellos cuenta con subsidio de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la UNC. Para el segundo de ellos no contamos aún con financiamientos, por lo que se está realizando ad-honorem y con recursos propios de los investigadores , docentes, estudiantes y miembros de Casa del Liberado Córdoba, organización no gubernamental con la que se ha acordado el proyecto en el marco de acciones de resistencia y disputa al Estado provincial por la definición política de la seguridad y sus efectos violatorios sobre los sectores más vulnerados.
en casa de su novia, luego de despedirse de ella, se dirigía a su automóvil para regresar a su domicilio, al que nunca llegó. Silencio mediático durante una semana.
El día 24 de marzo, se cronica el hallazgo del cuerpo del joven, asesinado, sin que sus padres hubieran podido concretar el pago exigido por los secuestradores. El día 25 de marzo, en el discurso mediático –por tanto público- se instala ya el caso como conmoción y el joven comienza, con tono íntimista y próximo, ha ser llamado simplemente Axel. Los medios referencian el caso en una exigua pero acelerada casuística. Puesto que el secuestro express como violencia y tipo de delito involucra a personalidades notables, particularmente “a los ricos y famosos”, es de alta noticiabilidad, aunque en Argentina es una modalidad de delito cuantitivamente irrelevante si se lo compara con otros paises de la región.
La figura de su padre, Juan Carlos Blumberg, el ingeniero, comienza a colonizar la actualidad mediática. Desde el dolor consanguíneo ante la muerte de su único hijo, el padre despliega, junto al ejemplar perfil del joven asesinado, una programática de acciones ante la clase política, las distintas jurisdicciones gubernamentales, judiciales y policiales.
A una semana del hallazgo del cuerpo del hijo, Blumberg convoca y concreta una de las marchas más multitudinarias que se hayan registrado en la Argentina desde el retorno de la democracia en 1983. La asistencia es estimada en 150.000 personas por algunas fuentes y hasta en 250.000, por otras. El 23 de abril, con la consigna “Todos por Axel” otra multitudinaria marcha, estimada entre 90.000 participantes por los organizadores y más de 40.000 por algunos medios, el padre lleva al congreso argentino un petitorio para transformar las leyes penales y el sistema judicial-penitenciario. El caso había alcanzado dimensión nacional; se buscaron firmas en todo el país para lograr los dos millones de adhesiones necesarias para refrendar la legitimidad del petitorio ante un congreso que parece sólo aguardar para darle “forma de ley”.
Los efectos de este proceso de participación encabezado por el padre del joven asesinado, son tales que han significado un cambio en el plan de seguridad nacional, ha vuelto aceptable la injerencia del Manhattan Institute como experto internacional en materia de seguridad y ha logrado ya la sanción de una ley de seguridad provincial de
neto carácter violatorio de la constitución nacional y de los pactos internacionales sobre Derechos Humanos suscriptos por Argentina2.
Analizaré la eficacia simbólica de esta “sociología que no procede por enunciación sino por demostración mediante el drama” (Balandier, idem, 9-10), en la dimensión mediática de la cultura, por la cual ha irrumpido en la memoria pública un proceso de neodecoro ciudadano, un adecentamiento del imaginario de la sociedad civil, y una neo-ritualización civilizada de la legitimidad del reclamo “democrático” que constituye, a mi juicio, una constatación de la eficacia de una cultura autoritaria y antigarantista, ahora en medio del escenario democrático cuyo pathos social es la inseguridad, en la que se enlazan el miedo y la esperanza de conjurar la amenaza de la violencia social.
I.- La muerte del Impar. De la crónica policial al cuerpo significante
El 24 de marzo de 2004, en la 28 ª conmemoración del último golpe de estado en Argentina (1976-1983), los medios nacionales ponían en discurso público, con distintas valoraciones ideológicas y ponderaciones políticas, el ritual por el cual el presidente Kirchner (2003) le ponía cuerpo al Estado para pedir perdón a la sociedad argentina por las leyes mediante las cuales los precedentes gobiernos democráticos (Alfonsín, 1983-1989, Carlos Menem, 1989-1999) habían beneficiado a los responsables del terrorismo de Estado. En el edificio de la tremendamente célebre ESMA, Escuela de Mecánica de la Armada, emblema de los métodos de detención arbitraria, tortura y desaparición de personas durante la dictadura, el Presidente tomaba posesión, en nombre de la sociedad civil y de los derechos humanos, del lugar de memoria más cristalizado por las violaciones de derechos por parte del estado terrorista.
2 . Es el caso de la recientemente sancionada Ley de Seguridad Pública de la Provincia de Córdoba, nº. Ley nº 9235, fecha de sanción 4 de mayo 2005, enviada a la Legislatura Unicameral como proyecto del Ejecutivo provincial, que tiene mayoría parlamentaria. Ya como proyecto oficial fue objeto de durísimas críticas por su carárter violatorio inconstitucional. El proceso que precedió a la sanción de la ley a nivel de construcción de legitimidad contó con la visita y la convocatoria a marchas en la ciudad capital de Córdoba, por parte de Blumberg y acompañó a los expertos del Manhattan Institute en ocasión de entregar al gobierno provincial un informe sobre seguridad que fue referido por los medios locales pero al que nunca se ha tenido acceso público. Pionera en Argentina por su carácter violatorio en la materia, laley de Córdoba es actualmente usada por Blumberg como “exitoso caso y ejemplo” en la propuesta que ha presentado al Ministerio de la Nación para que sea adoptada en todo el país.
En la información de ese mismo día, aparecía con relevante presencia, la noticia del hallazgo de Axel Blumberg, hijo de un ingeniero textil, joven víctima de un secuestro express en Martínez, una distinguida zona de Buenos Aires, seguido de asesinato. Con la disparidad de destinos que lo noticiable le depara a los casos y a las crónicas policiales, la muerte de Axel estaba llamada a colonizar la actualidad mediática. Sólo una semana había transcurrido desde que el “caso” ingresara como parte de la crónica policial. En un solo día, del 24 al 25 de marzo, los medios instalarán el imperio de los sentimientos en nombre propio y los usos políticos de las pasiones.





Fotos Clarin

Soporte de los valores ejemplares, en cuerpo y alma. Blanco, rubio, de ojos celestes, Axel es el ícono la leyenda dorada, sede de todas las marcas legítimas: joven sano y estudioso; ya casi ingeniero teniendo sólo 23 años, abanderado del Instituto Goethe, era inteligente, afectuoso, realizaba atletismo, tenía muchos amigos y una novia estable, trabajaba con el padre, etc. Capital social, capital económico y cultural, cuerpo decoroso del blanco europeo, el Impar también es sede de la herencia de valores que se reciben por consanguineidad, por herencia familiar: hombre de bien, honorable, cristiano.
3 .- Agradezco a mis estudiantes Lucía, Angie y Laura el valioso material de archivo que produjeron en el marco de su estudio del caso Blumberg en el diario Clarín, el primero en tiradas dentro del mercado de consumo cultural argentino.
“La cruzada por Axel” fue el enunciado –consigna que, en el marco de elementos rituales y litúrgicos ecuménicos, entrará en un tráfico de sentido sacralizados y elevará su figura ficta a un estatuto crístico.

El Padre Impar


En este estado de excepción declarado por el padre, término que funda la metonimia con “la sociedad argentina toda”, se despliega el fundamento estético de la ley, la teatralidad constitutiva de la normatividad, ahora en el dispositivo mediático como condición de posibilidad y bajo el imperio de las políticas de la imagen-índice.
Kosicki afirma, en la herencia de Legendre, que la institución es una unidad tópico-normativa y, como en la noción foucaultiana del discurso en tanto ritual (Foucault:), sostiene que:
“Si la normatividad supone, ante todo, el señorío de las formas, bien podemos decir que ese formalismo, con su formidable instrumental simbólico, responde a la definición de rito. De allí que la eficacia del mensaje de legalidad –en tanto rito, precisamente- está determinada, ante todo, por el “lugar” desde donde dicho mensaje es emitido, el lugar ritualmente investido por la Ley, es decir, la escena pública, la escena de la Ley. La noción de autoridad está atravesada por la misma secuencia conceptual.
(...) ese “buen” lugar habilita tanto al mensaje como a su emisor. Va de suyo que lugar debe ser entendido, conceptualmente, como lugar tópico, como escena, como sede (como el latín sedes, el lugar fundante, habilitante).” (Kozicki: 77)
En su dimensión política, el cuerpo significante del padre visibiliza, biologiza y encarna el lugar/nombre/función/ habilitante de legitimidad en un proceso de dislocación y re-emplazamiento del poder de legalidad. La sede misma para enunciar la ley, ahora, se afinca en el cuerpo del padre. En esta dramatología de la legalidad y su legitimidad fundadora, el caso Blumberg es el ritual en el que se exhibe el ritual que sustrae al Estado el lugar del poder autorizante y legitimante, mediante la retórica de la excepción encarnada y la lógica del impar –muerte impar, hijo impar, padre impar-. Imaginariamente, se fusiona la sociedad civil en el uno/sin par, el único que puede elevar la naturaleza del vínculo consanguíneo a estatuto de una ley por enunciar. Es la filiación la que enlaza con la función padre, en tanto función de institucionalidad pura. El padre es el cuerpo significante del estado de excepción, marca el hueco en que el sistema jurídico se pone entre paréntesis, se suspende en su fuerza de ley, para garantizar su continuidad, ahora, desde ese cuerpo/función como sede de la nueva enunciación.
Desde el telón de fondo de la historia del pasado reciente y de la memoria del presente con relación a cuerpo y política, en el archivo disponible del orden del discurso
social y en el repertorio de la memoria societal, se ha ido sedimentando y reactualizando una genealogía de mujeres – las Madres, desde 1977, y luego las Abuelas de Plaza de Mayo- o bien de ambos progenitores – el caso María Soledad Morales- cuyas prácticas, y representaciones están inscriptas en el proceso contra la impunidad y por la justicia denegada o ausentada del Estado4. Esta progenitura invertida se filia en las violencias polimórficas donde las madres/los progenitores se han parido como deudos de sus hijas o hijos, desde la violencia del terrorismo de estado hasta las incesantes violencias institucionales del estado democrático, y esa deuda del linaje invertido, que es también el lugar de una acreencia de justicia ante el estado y sus instituciones, los ha emplazado en el espacio público como sujetos de acción .
El caso Blumberg irrumpe en el archivo y en el repertorio inscrustando, literal y simbólicamente, el nombre del padre. Ley masculina, figura del padre que viene a conjurar el desorden con la (re)enunciación de la ley que se hará cuerpo normativo del estado de derecho ahora, al fin, enunciado.
En el desvío que traza el padre ciudadano, el caso singular condensa la gesta de una ciudadanía que pare leyes sobre el cadáver de un cuerpo pleno, emblema del orden integrado, ícono de la sociedad. Incontaminado, el nombre/cuerpo portador de las trazas de los valores consagrados, sostiene la saga del reclamo por justicia y contra la impunidad, adquiriendo el estatuto de una consigna de ley; no de su cumplimiento sino del ritual instituyente que amerita una nueva legalidad, una nueva fraternidad: la que se vuelve imaginariamente posible contra, sobre las ruinas del estado y del sistema político como función simbólica de la ley.
Entre la prolífera (y por definición siempre abierta) casuística de impunidad de las fuerzas de seguridad y de las víctimas inocentes de la violencia institucional, la enunciación de la ley se engendra desde un caso sin par; Impar. Su singularidad de víctima adquiere el estatuto de la muerte insoportable; la que priva a una sociedad de su exponente más realizado y ajustado a las normas y valores legítimos. Encarnando el conjunto de signos que consolida el modelo de orden e inclusión societal, su muerte quiebra y traspasa el umbral de tolerancia. Se trata, además, de una vida con proyecto; lanzada al futuro ahora segado.
4 .- Retomo aquí algunos desarrollos de “¿En nombre del padre? De la fraternidad, pathos social y política(s), Cuadernos de Nombres, Filosofía de la fraternidad, 2, noviembre de 2004, Córdoba, 151-158.

Postal cívica: del grito de la pasión a la letra de la ley. O cuando Hobbes se maquilló de Spinoza.
Por la envergadura del proceso al que me refiero, por su fuerza instituyente, me permitiré compartir, in extensum, algunos registros significativos mediante los cuales ingresó al discurso público-mediático la simbólica de la normatividad teatralizada, por la que, como he dicho, la inseguridad se gestionará desde el padre como ciudadano probo que, además de la filiación, puede asumir la escena donde lo viviente se inscribe en la sacralidad como instancia a/no política. Casi con el valor de un acta de fundación, los medios inscribirían lo que se puede considerar, en sentido foucaultiano, el nuevo archivo de la memoria de la democracia como proceso civilizatorio y estado de derecho: imaginario moralizado del reclamo de todos por uno, de uno por todos, el registro de las prácticas de la escena fundadora de la nueva civilidad, la escenografía del adecentamiento de la sociedad civil, el neodecoro de las prácticas ciudadanas, entre la liturgia religiosa ecuménica y el ritual mágico de conjuración del miedo: el padre que educa en la civilidad decente, por lo que, en el mismo proceso, traza la nueva divisoria entre prácticas y representaciones primitivas y criminalizadoras. Compartiré primero un fragmento de esta iconografía fundadora y luego su registro verbal en tres fuentes del periodismo gráfico, dos ellas ocupan los dos lugares del consumo de noticias a nivel nacional en Argentina:
La movilización de ayer quedará registrada en la historia como la más conmovedora y dramática, además de multitudinaria, de las últimas dos décadas5. Más de 200.000 personas se congregaron ayer en las inmediaciones del Congreso para reclamar por seguridad y justicia, dos valores elementales para una sociedad organizada.
Juan Carlos Blumberg, padre de Axel, dirigió un emotivo mensaje a la multitud. Reclamó leyes más severas para penalizar los delitos de secuestro, violación y homicidio. Pidió que se reduzca la edad para la imputabilidad de los menores y que la portación de armas no sea excarcelable.”
“A la marcha se sumaron grupos piqueteros. Como había pedido Blumberg, no llevaron identificaciones de sus agrupaciones (salvo algunas pecheras) ni palos ni hubo rostros cubiertos” (El subrayado pertenece a la nota original). Clarin
“Unas 250.000 personas dijeron basta a la inseguridad
El secuestro y crimen de Axel movilizó a una multitud. Sin banderas políticas, con velas blancas, la gente exigió seguridad. El papá del chico pidió endurecer leyes y cambiar a la Bonaerense. (...) Fue una de las mayores concentraciones desde la vuelta de la democracia. Y en todo el país hubo actos similares.
En los vidrios de los autos (eran cientos) tenían pegado un volante con la foto de Axel. Y también hacían flamear banderas argentinas. No hubo banderas políticas. Al llegar a la avenida 9 de Julio y Del Libertador encontraron micros llenos de gente que iba al acto. Como un símbolo, la gente mostraba velas blancas que luego iluminarían la noche como nunca antes se vio en una protesta.
A las 19, frente a Congreso, el público empezó a prender las velas, pasándose el fuego unos a otros como si se tratara de un rito religioso. Cerca de la valla se veía gente humilde, muchos con modestas cartulinas que aludían a familiares, víctimas de la inseguridad o violencia policial.
En el resto de la multitud se destacaba gente de distintas clases sociales (mayoritariamente de clase media) que se sumaba sin cesar.
A las 19.15, cuando Blumberg apareció frente al micrófono colocado en la explanada del Congreso, la multitud lo aplaudió durante unos minutos. Con la mano derecha sobre su corazón, el hombre agradeció. Luego, dijo que la manifestación era la manera de "decirle basta a la injusticia".
"Hoy, Axel es el hijo de todos ustedes", afirmó emocionado. Su esposa, María Elena, se sentó en un escalón y se puso a llorar. Después, se cantó el Himno y, al final, Blumberg pidió un minuto de silencio, como homenaje a su hijo "y a todos los otros chicos" que sufrieron situaciones similares. Sólo el ruido de un helicóptero y gritos de gente que estaba en Rivadavia y Riobamba (no escucharon el pedido) rompía ese silencio.
El Coro Kennedy cantó entonces "El día después". Luego, Blumberg habló 25 minutos. Su discurso fue fuerte pero medido. "Todos los que estamos hoy aquí nos convocamos para decir basta de injusticia, para que nos den seguridad y velen por la vida de nuestros seres queridos", afirmó.
El papá de Axel recibió una ovación al reclamar mayor compromiso de funcionarios y jueces contra la delincuencia. Dijo: "Hay jueces que están mucho
5 Excepto otra indicación, destacado mío.
más cerca de los delincuentes y de los asesinos que de nosotros, la sociedad". Pero rechazó abucheos contra legisladores y políticos. "No, no, siempre en democracia", afirmó. Algunos quisieron imponer una consigna pidiendo pena de muerte, pero la multitud no la aceptó. Ya la gente empezaba a desconcentrarse. En los alrededores del Congreso, sobre monumentos y en varias esquinas podían verse todavía miles de velas blancas que seguían encendidas, proyectando su luz.
“La movilización de ayer puso en evidencia los miles de casos anónimos de familias destruidas por el avance impune de la delincuencia. Pancartas con víctimas de delitos y familiares que narraban historias que no tuvieron espacio mediático se multiplicaban sin cesar. (...)Durante el discurso de Blumberg, que fue precedido por una emotiva actuación del Coro Kennedy, el encendido de miles de velas abrió las puertas a un espectáculo sobrecogedor. A partir de este inconfundible mensaje de la ciudadanía, habrá, seguramente, un cambio sustancial en el abordaje de las políticas de seguridad. Anoche, el Gobierno aún estaba conmovido por lo que acababa de ocurrir”. Infobae
Un gran clamor: seguridad
Una masiva y pacífica movilización que, según las estimaciones, reunió a más de 150.000 personas en torno del Congreso Nacional para reclamar seguridad, mayor severidad en las leyes contra el delito y para exigir justicia por el secuestro y asesinato del joven Axel Blumberg, derivó en una manifestación frente a la Casa de Gobierno, donde la multitud le reclamó al presidente Néstor Kirchner cambios en la política de seguridad.
Ante la contundencia del clamor, con una convocatoria independiente nunca vista en las últimas dos décadas, el Presidente, apenas bajó de su avión, a las 21.30, en Río Grande, Tierra del Fuego, dijo que "hay que limpiar la policía bonaerense" y agregó: "Si la situación no se toma en serio, se hace muy difícil, a veces, luchar solo". La declaración se entendió como un mensaje para el gobernador Felipe Solá, anoche en el centro de todas las críticas.
Sin embargo, en la Plaza de Mayo, una multitud que se había desconcentrado desde el Congreso le reclamaba al Presidente: "Movete... pingüino... encontrá a los asesinos!", y con velas en la mano y agitando banderas argentinas abucheaban en dirección a los balcones de la Casa Rosada, donde se habían cerrado las ventanas. (...)
Una hora antes, alrededor del Congreso, la multitud, mayoritariamente compuesta por integrantes de la clase media, desbordó espontáneamente todas las calles. En las avenidas Callao y Entre Ríos, se apiñaba a lo largo de siete cuadras.
Un mar de velas encendidas, protegidas de la brisa con vasos plásticos, tapizó la plaza del Congreso, totalmente cubierta por vecinos que se movilizaron por su cuenta desde los barrios de la ciudad y localidades del norte, el sur y el oeste del conurbano bonaerense.
Desde Adrogué, Banfield, Castelar, San Isidro, Martínez, La Horqueta, hasta Belgrano, Núñez,Flores, Caballito y Recoleta, los manifestantes llegaron en colectivos, subte o estacionaron sus automóviles en los alrededores. No hicieron falta micros o punteros políticos.
Los empujaban la exigencia de cambios, la indignación y el reclamo de seguridad y justicia. Sentían que cada uno de sus hijos, ya sea sobre sus hombros, de la mano o en cochecitos que empujaban madres bien maquilladas, podían ser Axel.
Juan Carlos Blumberg, desde las escalinatas del Congreso Nacional, flanqueado por el Coro Kennedy, a las 19.15, les dio la razón: "Axel es el hijo de todos ustedes". Los aplausos se confundían con los gritos que exigían justicia. Algunas señoras contenían sus lágrimas con pañuelos, cerca de donde estaban reunidos familiares de muertos a manos de delincuentes comunes y de los de uniforme.
"Axel nos está iluminando para exigir cosas para nuestra sociedad, cosas simples para que nuestros hijos puedan disfrutar de la vida y no sean asesinados. Por eso, vamos a pedir una serie de pautas a los senadores y diputados", dijo Blumberg, y no pudo terminar la frase por los silbidos que provocó en la gente la sola mención de los legisladores.
El improvisado orador pidió entonces calma con las palmas abiertas: "Ciudadanos, tenemos que luchar, pero siempre en democracia". Los silbidos resurgieron cuando recriminó al Poder Judicial la existencia de magistrados "más preocupados por los derechos humanos de los delincuentes que por los derechos de nosotros". Fue necesario un nuevo gesto pacificador.
La multitud, que seguía el discurso apenas audible desde el fondo de la plaza, volvió a aplaudir cuando Blumberg enumeró las exigencias del petitorio que, tras el acto, entregó al vicepresidente Daniel Scioli y al presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño. Las reclamadas reformas legislativas quedaron refrendadas por millares de firmas reunidas por un centenar de voluntarios vestidos con remeras con la fotografía de Axel estampada en el pecho, y la leyenda "Cruzada Axel por la vida de nuestros hijos".
Uno de los reclamos más aplaudidos fue la necesidad de que los detenidos trabajen en plazas y construyan cárceles, y usen uniformes que los identifiquen. "También vamos a exigir al gobernador Solá (silbidos ensordecedores) la reestructuración de toda la policía de la provincia. Debe eliminar a las manzanas podridas, formar una buena policía", reclamó, y la gente abucheó al gobernador.
Luego de salir del Congreso, Blumberg le dijo a la multitud que lo esperaba que los legisladores se habían comprometido a tratar los proyectos. Allí se informó que el miércoles se realizará una sesión especial para debatir tres iniciativas, dos de ellas contenidas en el petitorio de Blumberg, que apuntan a no permitir excarcelaciones en los casos de robos cometidos con armas de fuego ni en las causas por portación y tenencia ilegal de armas de uso civil. Ambos ya fueron sancionados por el Senado, por lo que, de haber acuerdo en Diputados, se convertirían en ley.
En la calle permanecían reunidas más de 150.000 personas, según la estimación de la Policía Federal, aunque la Cruz Roja elevaba esa cifra a 200.000. La muchedumbre se abrió para dejar un pasillo, de modo de que Blumberg pudiera llegar a la Casa de la Provincia de Buenos Aires, en Callao al 200, mientras gritaba: "Nunca más, nunca más".
Con los cabellos blancos desordenados por el viento, Blumberg fue llevado casi en andas doscientos metros por voluntarios de la Cruz Roja y amigos de Axel. En la calle, la gente con velas encendidas se asomaba a los balcones para verlo pasar. El pelotero, en el primer piso del Mc Donald´s de la avenida Callao fue un mirador privilegiado para las familias que lo aplaudían. (...)La mayoría de la gente ya se desconcentraba y dejaba a metros de la casa oficial sus velas encendidas, como si fuera un altar.
Los manifestantes, oficinistas trajeados y vecinos llegados de todos lados, entonaron el Himno Nacional. Sobre las vallas, frente a los policías, colocaron sus velas y pugnaron porque permanecieran encendidas.

La Nación
La puesta en escena del proceso, desde que toma estado público hasta que se sancionan las leyes, tiene el raro privilegio de encarnar, de ponerle encarnadura, a la escena de pérdida de mediación de la clase política, donde el descrédito y la descreencia –crisis de representación- toman cuerpo, se escenifican.
Simultáneamente, la sociedad civil ingresaba, por política de la nominación, como “gente”, colectivo despolitizado, desideologizado y desactivado del componente conflictivo que define lo político como dimensión societal. “La gente”encarnaba el cuerpo que, contingentemente, se entramaba en “la sociedad”, con rasgos de clase social hecho cuerpos, la clase incardinada.
La dimensión política de la distancia, de la mirada (Ginzburg; 2000), como lugar de enunciación y puesto de observación desde donde el dispositivo mediático configuró y fijó el acontecimiento asumía la fuerza legitimante de la regresividad de derechos, operando una fortísima adhesión societal emotiva.
Una multitud casi olvidada en la memoria mediática de los procesos de resignificación del espacio público, casi sin precedentes en las equívocas travesías de la democracia, apaciguaba todo imaginario de virulencia indecorosa, de exaltado
inconformismo, de revulsión del orden o de trastocamiento de los flujos urbanos. El silencio referido, las velas y el rostro multiplicado del joven asesinado ratificaban que se trataba de la “gente”, ampliando el repertorio iconográfico de la democracia fallida en un ritual insospechable de contaminación política. Para las páginas de sección especial o notas de opinión exiguas quedaban desplazadas las voces de especialistas reconocidos que desmontaban los prejuicios, la doxa y el avance antigarantista que ahora, con el petitorio de Blumberg, llenaban de legitimidad el contenido regresivo de la ley, desde el lugar mismo de su enunciación: el padre de Axel.
La capturada escena de la multitud ante el Congreso volvía remotos los vallados de la democracia cercada de poco más de un año atrás, en Argentina post-estallido del tórrido verano 2001-02, produciendo una conversión relevante de un espacio simbólico que ahora fungía como recinto de resonancia de la cohesión social de un sujeto colectivo sin identificaciones sectoriales de ninguna clase, hermanado por ese doble sentimiento de la tragedia que posibilita la catarsis: el temor a padecer, a ser víctima inocente de la misma violencia y la compasión ante el espectáculo del sufrimiento de la víctima. Pero la metáfora trágica parece cesar cuando no hay lugar para la función del coro; ese lugar queda vacante en el montaje y borramiento mediático de toda filiación espúrea con respecto a otros reclamos, demandas, sindicaturas de estafas o fraudes a alguna confianza delegada en la clase política.
La gesta ha sido tanto más expansiva cuanta mayor desconexión ha explicitado de todo contenido político, de toda historización y responsabilización de los procesos socio-económicos e institucionales. El padre interpela y opera como conector de una comunidad de padres e hijos, núcleo de la vida natural, familiar y privada, esa roca dura de la sociedad; la naturaleza. Pero en la naturaleza no todos los hijos son iguales y, por eso, el caso del Impar no debe confundirse con otras y otros hijos muertos, los seres grises, anónimos, los estrictos infames, esos reversos de la leyenda dorada foucaultiana. No, no deben considerarse todas las muertes iguales porque no todas las vidas lo son. Al menos, para enunciar la ley de la nueva confraternidad democrática.
La construcción del caso como acontecimiento con efectos prácticos –legales, políticos, institucionales-, colonizó la temporalidad mediática y los discursos de actualidad, encabalgándose a una suerte de arqueología regresiva de la cultura política y mediática argentina, a la vez que produjo la emergencia de una singularidad. Si la década de los 90 puede escandirse, puntuarse, periodizarse, siguiendo la emergencia de casos de violencia institucional, delitos de autoridad, ilegalismos de las fuerzas de seguridad y de inteligencia impunes, y el comienzo de este siglo viene abonando el imaginario del desamparo con las escenas de los cuerpos segregados, enfermos, desnutridos, de los irreciclables del sistema, el caso Blumberg traza su marca de desvío.
El padre no reclama ante el estado por el ausentamiento de justicia; acciona contra el hueco o falta de la “verdadera” ley, la que aún no existe y sin cuyo advenimiento tampoco será posible la justicia, el acto justo, la veridicción justa.
En este conjuro se reedita la escena paroxística en la que, desde hace más de una década y media, la impunidad institucional, política y económica, los miedos societales mediáticamente productores de otredades asociales o amenazantes vio, en el golpe de ley, en su pura fuerza instituyente, el ritual por cuya eficacia simbólica se capturaría el desfase y el hiato entre el referente legal y la realidad fáctica; entre el acto discursivo y el hecho que impiden la (imposible) comunidad plena.

Los cuerpos otros: de lo ob-sceno a la escena
La muerte del Impar activa el dispositivo de visibilización de las fuerzas de seguridad, del sistema punitivo del estado, imperio de la imagen en el que se ponen cuerpos individuales para conjurar las fuerzas de la amenaza latente, invisible, solapada, ahora hecha materialidad y registro iconográfico. La captura de los cuerpos por la imagen forma parte del ritual de conjuro de aquello que victimiza desde la horda primitiva. Como en otros casos que conmocionaron la actualidad nacional por la física de la violencia material, la irrupción del acontecimiento que conmociona disrumpe bajo el verosímil de la investigación, la pesquisa detectivesca por parte del Estado y de los medios.
Los cuerpos del delito de los autores materiales y los nombres/cuerpos de las autoridades responsabilizadas y en muchos casos removidas de sus cargos, desencadenan la visibilización incardinada del sistema policial, político y judicial. Como decía Foucault, hay, tiene que haber, un cuerpo del criminal. Lo necesita el periodismo y la opinión pública. También el Estado y la clase política.
La muerte de la leyenda dorada – como inversión especular de la muerte de los hombres infames, estrictamente grises y anónimos, leyendas escuetas – requiere echar luz sobre el real clandestino, sobre lo ob-sceno, lo fuera de escena, los ilegalismos del cotidiano de las fuerzas de policía y sobre el cuerpo del Estado. La expansión de esta mirada-des-cubridora se actualiza desde la metáfora de la peste que hay que erradicar.

La incitación al Estado como cuerpo
Como lo ha señalado certeramente Debray (2002), la videosfera instala el índice como nuevo régimen semiótico, por lo tanto, la imagen espectaculariza y demanda cuerpos. EL Estado se hace cuerpo, pone cuerpos al escenario. Remoción de autoridades, declaraciones, conferencias de prensa, etc. , exhiben y materializan la demanda del contacto presente en la construcción del espectáculo político. Lo público del estado se presenta al público. Pero además, se intimiza: los funcionarios reciben a los deudos, se comprometen personalmente en el caso, se humanizan en un contacto íntimo.
En el irrevocable dolor consanguíneo de la víctima Impar, el protagonismo del padre, con credenciales de prestigio, se in-forma y con-forma con el verosímil del imaginario cinematográfico del héroe individual de Hollywood, el que quiere y puede oponerse al sistema porque carece de mácula, no tiene fallas y porque no puede ser sospechado de participación política; por eso, además, debe actuar. El suyo tiene la pureza de un reclamo que nos interpela a todos, como padres o hijos de este país. Paladín de la justicia por-venir; la que se anuncia en la ley por enunciar.
Su desvío honroso y su legitimidad se emplazan también desde el umbral de otra civilidad y otra figura de sociedad civil, adecentada e institucionalizada. Lejos se evocan, como difuminadas por contraste, las figuras de justicia por mano propia, los grupos vecinales de autodefensa arengados por funcionarios públicos y políticos; los actos de apoyo a los garantes de la represión asociados al pasado de la violencia estatal que han poblado intermitentemente la escena mediática configurando el campo de experiencia (no solo mediática) de la democracia postdictatorial de la Argentina.
Desde un neo-decoro cívico, desde las biénseànces y la competencia mediática performativa; el padre instruye y moraliza acerca de las prácticas que, desde el nuevo orden prescriptible, deben observar los piqueteros para los reclamos y educa para lograr el cambio de estilo en la gestión de las demandas, a fin de que logren la misma adhesión societal y porosidad y permeabilidad institucional que tuviera su reclamo, a la vez que contribuyan a restituir la imagen internacional de la Argentina, tan deslucida.
Entre el sentimiento del desgarro y la competencia comunicacional, se erige el nuevo tipo, ahora heroificado, de la participación y del control social de la política de seguridad. Justicia blanca, sin mancha, conciudadano de los legales, cófrade de los
institucionalizados, hermandad de los integrados, la muerte del Impar marca la nueva divisoria entre víctimas y victimizantes.
La emergencia judicial que declara y decreta el petitorio instala el tempus societal del conjuro y traduce la urgencia de la defensa ante la amenaza de una horda que (nos) asedia; en su doxa deniega la atribución de mayor poder a las mismas fuerzas de seguridad que participan de lo delictual; consolida el glosario que vuelve sinónimos, otra vez, la seguridad a la represión legitimando la violencia institucional y fantasea el control social del delito por pura institucionalización, como si enunciara, ahora sí, el origen de la fraternidad en nombre de la ley, la del padre.
(In)Conclusiones
Benjaminiana elipsis y desconexión de la construcción mediática de actualidad, en el recinto monitoreado para medir la dilación o inmediatez del tratamiento y promulgación de las leyes, las bancas que las pantallas televisivas y las ediciones periodísticas visibilizaban estaban pobladas de los personajes públicos que consolidaron la galería y el elenco estable de políticos que hicieran de los 90 la década regresiva, por
el ausentamiento de justicia y por la expropiación de derechos. Atomización, sabotaje de la narración, la amnesia selectiva de los medios, al menos los de mayor impacto en la formación de opinión pública, elidieron, hicieron lacunar la continuidad de una clase política que no se fue, a pesar de la consigna infamante “que se vayan todos”, a la vez juicio y sentencia espectacularizada pero ya metabolizada. Neutralizada.
En esas operaciones de construcción del efecto-presente en devenir que es la actualidad, también quedaron elididas las continuidades y entramados partidarios que han marcado una recurrente cultura autoritaria y antigarantista basada en la política de mano dura, en la cruzada a bala limpia en la cual más de un candidato en el conurbano bonaerense era habilitado legítimamente por su prontuario represor en nombre de la seguridad ciudadana, como figura salvífica ante los delitos comunes (y no ante los ilegalismos del cotidiano de las fuerzas policiales y de seguridad).
El proceso de enunciación de la ley en nombre del padre, enuncia un nuevo estadio en el que la clase política es ventriloquiada por el Padre Impar, en nombre de la gente; la delegación representativa ha sido sustituida por la voz del sentido común ante la urgencia amenazante de la horda primitiva. Y los tiempos e intermediarios mediáticos se exhiben y tematizan como los nuevos modos de canalización de los procesos legislativos, produciendo el efecto de que las evidencias eximen de la intervención de profesionales y saberes específicos, de deliberación polémica y de políticas integrales de inclusión. Las evidencias están ahí para señalar que no hay complejidad para dar respuesta a la violencia; lo social es una transparencia y sus mecanismos son controlables.
Para ciertos desarrollos teóricos de los 90 en torno a control social de la política a través de los medios, este caso podría ser la concreción más perfecta de sus postulados; excepto que en esas líneas de conceptualización y análisis, la participación ciudadana de la sociedad civil es siempre un constructo celebratorio de progresismo y ampliación de derechos o, al menos, de su defensa.
Se está lejos de esa dinámica cuando esta triple relación alimenta una cultura política autoritaria y pone en evidencia una sociedad civil regresiva, en la que se mimetiza el discurso de la eficacia con el antigarantismo; el de la represión con el de la seguridad; el de la segregación victimizante sobre la retextualización societal a largo plazo, bajo la solicitud emotiva de una teatrocracia, ahora emplazada en la competencia
mediática de una clase que domina la escena de la polis y retrotrae al Creonte deslegitimado de la Agamben,democracia exclusoria.

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